Rompiendo un foco.

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lunes, 14 de marzo de 2011

Lentos y contentos.



En algún lugar ultrasecreto, muy lejos de la realidad tangible, en las profundidades del imperio se confabulan las conspiraciones, los operativos y las iniciativas que vulneran a los súbditos con el artificio del caos; y en una secuela de la perversidad, se expanden la incertidumbre y la fragilidad como el preámbulo del terror...

El dominio que ejerce el imperio estadounidense sobre las naciones a él supeditadas es el resultado de operaciones subrepticias que desestabilizan regímenes, polarizan y enardecen a pueblos enteros e inflaman un nacionalismo artificialmente herido. En las últimas décadas del siglo XX estas afirmaciones fueron calificadas como radicales, anacrónicas, obsoletas; los descalificativos se sustentaron en el blindaje de la información y en la realización impecable de las operaciones encubiertas y no en la falsedad de los argumentos.


Ahora, desde las mazmorras del imperio emergen aquellas voces que alguna vez se extinguieron por los mecanismos misteriosos que controlan y reprimen el discurso disidente. Afortunadamente, la ética es un atributo que ha logrado evadir los perniciosos estragos del criterio dominante, y en una paradoja de la globalidad, por la misma ruta mediática se propagan los mensajes alienantes y los testimonios que desmienten la versión oficial de la realidad.


La organización no gubernamental The Center por Public Integrity (CPI), que se ha dedicado a la investigación periodística en el mundo, informó a la Presidencia de la República, en febrero de este año, que daría a conocer en la prensa de Estados Unidos una operación de tráfico de armas a México organizada por la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF). La respuesta de la presidencia fijando su postura nunca llegó; incluso ahora, cuando la embajada de Carlos Pascual difundió las declaraciones del procurador norteamericano Eric Holder reconociendo que las autoridades mexicanas estaban enteradas de la operación encubierta del tráfico de miles de armas.


El ardid norteamericano podría explicar la laxitud de nuestras fronteras, la impericia y el silencio de las autoridades mexicanas y la crueldad que vulnera y destroza el tejido social. A la operación norteamericana “rápido y furioso” le corresponde la parsimonia permisiva y placentera “lentos y contentos” de la contraparte mexicana. Las tenues reacciones en los tres poderes del estado mexicano reflejan su sumisión incondicional a la política estadounidense, corroboran que el margen de acción de los regímenes nacionales es cada vez más estrecho y que el destino de México, como un estado fallido enfrascado en una guerra interna, atroz y encarnizada, es una más de las confabulaciones que se urden en las profundidades del imperio, en el epicentro de la perversidad desde el cual se expanden la incertidumbre y la fragilidad como el preámbulo del terror…

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